Cada noche despierta en un cuarto oscuro. Su universo se resume en esas venas de piedra, a una forma olvidada en el vacío de esa eternidad sin espejos.
Sobre uno de los muros ha dibujado, con tiza, un piano. Y a la luz del caolín alarga sus pequeños dedos tocando cada una de las teclas, imaginando un sonido con el que su garganta apenas se atreve. Las notas escapan flotando en el aire. No sabe si en su letra silenciosa hay alegría o hay tristeza, porque con el tiempo las confunde. Y sin embargo toca. Cierra los ojos y se imagina que la oscuridad donde vive se ilumina con las llamas de una hoguera, y hacia ella vuelan docenas de caballitos del diablo anhelando purificar sus almas. Observa sus crines negras como la noche, sus alas de libélula y las bocas rebosantes de espuma desapareciendo entre las lenguas de fuego. Se los imagina como la prueba intangible de su misma existencia.
Sonríe de medio lado. Ya la oye. Como la nieve cayendo sobre el asfalto o la yema de un dedo deslizándose suavemente por su nuca. Piensa que si se deslizara por su voz como por un tobogán de cadencias podría agarrarla. Y uno se pregunta si, como cualquier niño, la desharía entre sus manos buscando el origen de su sonido, su tacto inconcluso.
Con la novena, llora.
No lo contiene. Se sienta y se apoya contra el muro. Las notas continúan su danza del fuego eterno. Se abraza las rodillas y observa un punto inexistente en la oscuridad.
Ya no sabe si dibujar más criaturas. Si dibujar a los próceres del cielo o las entrañas nobles de los cuervos. No sabe si era uno de los hijos de Dédalo o uno de los lobos del Padre. O una mancha sin más en la vasta niebla. Sin embargo, y aun con todo, sonríe. Entierra el rostro y ríe.
No sabe lo que era, porque como Bastian olvidó su nombre cuando todo lo anegó. Sí sabe que quiere sublimar, convertirse en un verso inmortal. Uno cualquiera, hasta el de un mal escritor. Y ríe más aún. Ríe hasta que su corazón desconoce la razón, hasta que tristeza y alegría copulan en la vesania de sí mismas. Se pone en pie de un salto y baila. Baila sin parar, baila sobre la sangre de sus pies descalzos. Baila porque su memoria le trajo el recuerdo de unos versos de Rimbaud:
'J'ai tendu des cordes de clocher à clocher; des guirlandes de fenêtre à fenêtre; des chaînes d'or d'étoile à étoile, et je danse'.